domingo, 22 de octubre de 2017

DANOS UN RESPIRO, #trainspottingdocente

A veces mi trabajo me recuerda al arranque de una película que marcó a toda una generación, la mía:


Exacto, a veces me siento atrapada en el corsé de una vida programada y me dan ganas de echar a correr, como Renton, pero en este caso en una especie de #trainspottingdocente:

Programa en la oposición;
programa cuando viene la inspectora en la fase de prácticas;
programa para el departamento; 
programa la reunión de padres;
programa la presentación de los alumnos;
programa salidas al teatro y rutas literarias.
Programa a los niños para que no hablen;
programa la fecha de cada examen, que te la quita el de mates;
programa cada pregunta, lo que quitarás por cada tilde, por cada grafía, por cada coma 
y por cada b de vurro. 
Programa su futuro. Programa su vida. 

Otra cosa os digo, que mi generación no somos muy de corsés, ni de hacer lo que nos dicen (excepto lo de hipotecarnos, que eso nos lo repetían mucho). Así que, a pesar de lo que le has prometido a tu tribunal de oposiciones que harás durante el resto de tus días, una mañana llegas a clase y sucede que la de valenciano -que, más que una profesora, es una caja de buenas ideas y ganas de llevarlas a cabo- tiene por costumbre escribir un verso en la pizarra cada día. Y piensas "Oye, qué bonito! ¿por qué no lo habré pensado yo?". Pero, claro, no te puedes copiar, porque no eres una copiota. Decides entonces improvisar y reconducir SU idea. De este modo nace el primer #piquepoético, a lo loco, viviendo la vida a tope, como buenos millennials.  





 Un día, la de valenciano hasta llegó a repicarse, cerrando así el círculo de la improvisación poética en una vuelta de tuerca impredecible.



Y parece una tontería, incluso puede que lo sea, pero cuando llego a clase, los días que toca pique, hay alumnos que están expectantes, que quieren saber cuál será el próximo paso, si va a llegar la sangre al río, si van a ver vísceras...Lo que no sospechan es que quizás y con un poco de suerte, los picados acaben siendo ellos. Porque en el fondo y sin programarlo, esa es la intención maligna que nos mueve a buscar cada día un verso que les despierte. 

Así que, finalmente, después de siete años atrapada en mi particular #trainspottingdocente,  caigo en la cuenta de una verdad que voy a llevar por bandera (uy, he dicho bandera). Y es que, cuando hayas terminado de invertir horas y horas programando todo, entra en el aula, relájate, coge aire y olvídate por un instante de todo el tiempo invertido en encorsetar el aprendizaje. Después de tanto programar estás en condiciones para ponerte a improvisar, correr riesgos, dejarte llevar para ver lo que sale. Y lo más alucinante es que salen cosas y, en ocasiones, hasta pueden ser interesantes.




lunes, 11 de septiembre de 2017

LA IMPORTANCIA DE LO BONITO

Muchos domingos Beatriz y Josete nos invitan a comer a su casa. Vamos siempre encantados, porque tenemos hijos y ya no volvemos a casa más tarde de las diez, ni tenemos resaca, ni dinero para hacer apasionantes y apasionadas escapadas de fin de semana a Cuenca. Así que los domingos de paella con ellos siempre son un planazo.

Cada vez que vamos,  nos reímos, intercambiamos preocupaciones y recuerdos y a veces se nos hace de noche. De esos domingos he aprendido muchas cosas, pero hay una que llevo poniendo en práctica desde hace un tiempo, en la medida de lo posible y, sobre todo, en la medida de mis capacidades. Es sencillo, solo se trata de hacer que las cosas sean bonitas. En casa de Bea y Josete si se hace algo, se hace bonito o no se hace. Compramos tarrinas de helados en la heladería del pueblo, pero no las comemos hasta que Bea las junta en un plato bonito y les echa virutas de colores, Lacasitos y un poco de galleta espolvoreada. Hasta que el helado es más bonito y más dulce. Y así con todo: tienen juguetes bonitos, libros bonitos y una alfombra bonita. Sus juguetes divierten y le dan ganas de jugar hasta a Gargamel; con sus libros aprendes los colores y los nombres de los animales y, además, los devorarías, literalmente; su alfombra es calentita, y te hipnotiza sin que te quede otro remedio que desplomarte encima y hacer la siesta. Sin almohada.

Así que un día pensé, ¿puedo hacer que la lengua sea algo bonito? ¿y la historia de la literatura, puede serlo? ¿y una tutoría? Para mí sí, claro, pero ¿y para ellos? Bueno, yo voy a intentarlo. Y empecé a usar tizas de colores para los esquemas en la pizarra; a dibujar caritas sonrientes o tristes en los exámenes corregidos, puse en marcha planes tan maquiávelicos, como usar ilustraciones de autores valencianos en las entradas de un blog de aula, a ver si así se animaban a leerlas. Este año, en mi clase he puesto unos banderines de colores para dar la bienvenida a mis alumnos y mañana compraré un par de plantas para que nos den oxígeno, y ya de paso, un poco de alegría. Que a lo mejor no, pero  puede que así, si la ven bonita, tengan más ganas de entrar en clase.

Como veis, yo soy una mera aprendiz en esto de hacer cosas bonitas y me queda mucho camino por recorrer, pero mirad qué se consigue cuando la lengua y la literatura son bonitas:


¿No entran más ganitas de leer el Romancero gitano de Lorca si puedes, además, detenerte en estas ilustraciones?





¿Y si al Tirant le pone los mofletes rojos Paula Bonet?







¿Y qué tal si coleccionamos, redefinimos y fotografiamos las palabras más bonitas del diccionario o de la calle?






Por cierto, una vez vi una tela de araña en casa de mis amigos y tenía un lazo, lo juro. Dijo Bea que era para ver si así le perdía el miedo a las arañas y creo que funcionó.