Muchos domingos Beatriz y Josete nos invitan a comer a su casa. Vamos siempre encantados, porque tenemos
hijos y ya no volvemos a casa más tarde de las diez, ni tenemos resaca, ni
dinero para hacer apasionantes y apasionadas escapadas de fin de semana a
Cuenca. Así que los domingos de paella con ellos siempre son
un planazo.
Cada vez que vamos, nos reímos, intercambiamos preocupaciones y recuerdos y a veces se nos hace de noche. De esos domingos he aprendido muchas cosas, pero hay una que
llevo poniendo en práctica desde hace un tiempo, en la medida de lo posible y,
sobre todo, en la medida de mis capacidades. Es sencillo, solo se trata de
hacer que las cosas sean bonitas. En casa de Bea y Josete si se hace algo, se hace bonito o no se hace. Compramos tarrinas
de helados en la heladería del pueblo, pero no las comemos hasta que Bea las
junta en un plato bonito y les echa virutas de colores, Lacasitos y un poco de
galleta espolvoreada. Hasta que el helado es más bonito y más dulce. Y así con
todo: tienen juguetes bonitos, libros bonitos y una alfombra bonita. Sus juguetes divierten y le dan ganas
de jugar hasta a Gargamel; con sus libros aprendes los colores y los nombres de los animales y, además, los devorarías, literalmente; su alfombra es
calentita, y te hipnotiza sin que te quede otro remedio que desplomarte encima
y hacer la siesta. Sin almohada.
Así que un día pensé, ¿puedo
hacer que la lengua sea algo bonito? ¿y la historia de la literatura, puede
serlo? ¿y una tutoría? Para mí sí, claro, pero ¿y para ellos? Bueno, yo voy a intentarlo. Y empecé a usar tizas de colores
para los esquemas en la pizarra; a dibujar caritas sonrientes o tristes en los
exámenes corregidos, puse en marcha planes tan maquiávelicos, como usar
ilustraciones de autores valencianos en las entradas de un blog de aula,
a ver si así se animaban a leerlas. Este año, en mi clase he puesto unos banderines
de colores para dar la bienvenida a mis alumnos y mañana compraré un par de plantas
para que nos den oxígeno, y ya de paso, un poco de alegría. Que a lo mejor no,
pero puede que así, si la ven bonita,
tengan más ganas de entrar en clase.
Como veis, yo soy una mera aprendiz en esto
de hacer cosas bonitas y me queda mucho camino por recorrer, pero mirad qué se
consigue cuando la lengua y la literatura son bonitas:
¿No entran más ganitas de leer el Romancero gitano de Lorca si puedes, además, detenerte en estas ilustraciones?
¿Y si al Tirant le pone los mofletes rojos Paula Bonet?
¿Y qué tal si coleccionamos, redefinimos y fotografiamos las palabras más bonitas del diccionario o de la calle?
Por cierto, una vez vi una tela de araña en casa de mis amigos y tenía un lazo, lo juro. Dijo Bea que era para ver si así le perdía el miedo a las arañas y creo que funcionó.